El miedo a la libertad
No nos engañemos, la libertad de expresión no ha pasado a segunda vuelta. Por un lado tenemos al candidato Ollanta Humala que en un arrebato de sinceridad, inusual en cualquier político, nos ha dedicado a los periodistas un capítulo de su plan de gobierno, en el que se plantea la revisión y evaluación de licencias de radio y televisión, a través de la creación de un “consejo público”. Se añade además, de forma casi amenazante, que el gobierno se asegurará de que los medios estén al servicio de la democracia, y que para eso se aplicará el modelo argentino. Ese mismo que hoy le sirve a Cristina Kirchner para poner en jaque la libertad de expresión. La propuesta es de terror, y los periodistas estamos ya avisados: en un eventual gobierno de Ollanta Humala, nuestra chamba será dura y será una constante batalla porque no se nos calle usando de pretexto el bien común o la democracia.
Por el otro lado el asunto no es más alentador. Keiko Fujimori, en actitud más inteligente, no coloca una sola coma sobre el tema de los medios de comunicación en su plan de gobierno. Sin embargo, a ella la condena el modus operandi que se aplicó durante el gobierno de su padre. Para nadie es secreto –aunque algunos estén locos por que nos dé una amnesia colectiva– que Fujimori en lugar de cerrar canales de televisión compró grandes broadcasters; en lugar de estatizar diarios, premió a la prensa echada con miles de dólares de publicidad del Estado; en lugar de deportar periodistas, aglutinó a su alrededor una manga de ayayeros que vendieron su conciencia por sueldos jugosos y exorbitantes que se costeaban con impuestos de todos los peruanos. Controló a la prensa de una manera más sutil que la mayoría de dictadores, pero no menos escandalosa. Alberto Fujimori, nunca lo olvidemos, gobernó sobornando conciencias y con eso consiguió algo mucho más grave que atentar contra la libertad de expresión: atentó contra la libertad que tiene todo ciudadano a conocer qué es lo que realmente está pasando, en qué país vive, cuál es el futuro que les espera a sus hijos. Una sociedad manipulada por un concierto aberrante entre el periodismo y el poder pierde capacidad de discernimiento, pierde su libertad de elegir. Y ese es un robo que ningún presidente, por más crisis que haya o modelo revolucionario que quiera implantar, se debería a atrever a perpetrar, porque evidencia su absoluto desprecio por quienes lo han elegido.
Pero la tentación existe y casi es inevitable. El poder siempre va a querer ocultar su peor rostro, y somos los periodistas los llamados a evitar que se maquille la realidad. Y no debemos hacerlo porque somos seres nobles o superiores, qué va. Ese es nuestro trabajo: dar todas las opciones y los datos para que sea el ciudadano el que tome sus decisiones después de haber evaluado todos los ángulos, todas las variables.
Cuando un periodista renuncia a eso, renuncia a decir la verdad, no estamos frente a un individuo que simplemente se corrompe, o hace algo fraudulento, sino frente a un profesional que de pronto se niega a hacer su trabajo y que se confabula para engañar a la población. Un periodista se puede equivocar, porque es un ser humano, pero jamás se debería coludir.
Hoy estamos otra vez ante una encrucijada. Salga quien salga se nos vienen años complicados, de mucha presión, de mucha polarización. La segunda vuelta aún no se concreta y la periodista Patricia Montero ya perdió su trabajo por negarse a parcializar la línea editorial de canal N a favor de un candidato. Patricia ha actuado con entereza porque ha preferido irse antes que cometer el pecado de desinformar. Patricia esta semana nos ha recordado de qué se trata ser periodistas.
Ojalá no lo olvidemos. Ojalá nadie más tenga que perder su chamba, por hacer su chamba.
Por el otro lado el asunto no es más alentador. Keiko Fujimori, en actitud más inteligente, no coloca una sola coma sobre el tema de los medios de comunicación en su plan de gobierno. Sin embargo, a ella la condena el modus operandi que se aplicó durante el gobierno de su padre. Para nadie es secreto –aunque algunos estén locos por que nos dé una amnesia colectiva– que Fujimori en lugar de cerrar canales de televisión compró grandes broadcasters; en lugar de estatizar diarios, premió a la prensa echada con miles de dólares de publicidad del Estado; en lugar de deportar periodistas, aglutinó a su alrededor una manga de ayayeros que vendieron su conciencia por sueldos jugosos y exorbitantes que se costeaban con impuestos de todos los peruanos. Controló a la prensa de una manera más sutil que la mayoría de dictadores, pero no menos escandalosa. Alberto Fujimori, nunca lo olvidemos, gobernó sobornando conciencias y con eso consiguió algo mucho más grave que atentar contra la libertad de expresión: atentó contra la libertad que tiene todo ciudadano a conocer qué es lo que realmente está pasando, en qué país vive, cuál es el futuro que les espera a sus hijos. Una sociedad manipulada por un concierto aberrante entre el periodismo y el poder pierde capacidad de discernimiento, pierde su libertad de elegir. Y ese es un robo que ningún presidente, por más crisis que haya o modelo revolucionario que quiera implantar, se debería a atrever a perpetrar, porque evidencia su absoluto desprecio por quienes lo han elegido.
Pero la tentación existe y casi es inevitable. El poder siempre va a querer ocultar su peor rostro, y somos los periodistas los llamados a evitar que se maquille la realidad. Y no debemos hacerlo porque somos seres nobles o superiores, qué va. Ese es nuestro trabajo: dar todas las opciones y los datos para que sea el ciudadano el que tome sus decisiones después de haber evaluado todos los ángulos, todas las variables.
Cuando un periodista renuncia a eso, renuncia a decir la verdad, no estamos frente a un individuo que simplemente se corrompe, o hace algo fraudulento, sino frente a un profesional que de pronto se niega a hacer su trabajo y que se confabula para engañar a la población. Un periodista se puede equivocar, porque es un ser humano, pero jamás se debería coludir.
Hoy estamos otra vez ante una encrucijada. Salga quien salga se nos vienen años complicados, de mucha presión, de mucha polarización. La segunda vuelta aún no se concreta y la periodista Patricia Montero ya perdió su trabajo por negarse a parcializar la línea editorial de canal N a favor de un candidato. Patricia ha actuado con entereza porque ha preferido irse antes que cometer el pecado de desinformar. Patricia esta semana nos ha recordado de qué se trata ser periodistas.
Ojalá no lo olvidemos. Ojalá nadie más tenga que perder su chamba, por hacer su chamba.
no a keyko fujimontesinita no tiene el poder y empezaron los secuestros de informacion y eso no lo podemos permitir.
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