Por Tankar Rau-Rau Amaru*
19 de enero, 2011.- A mí me gustan las canciones de Milder Oré Cabezudo. Escucho No hay secretos en el amor: invocación a la paloma mensajera para que vaya donde la amada ausente y le hable de la espera. Surgen entonces varias preguntas: ¿cómo es que rasgando hilachas de metal se puede expresar desgarramientos y presentir un mundo de recuerdos y olvidos más allá de nuestras miserias?, ¿cómo es que soplando tubos de caña se puede tejer melodías y despertar pasiones dormidas? ¿Y cómo es que ese cantante con apellido de pájaro, lector de Warma kuyay, pudo convertir el infortunio en alegría con palabras tomadas del viento?
Hablemos ahora del Warma kuyay de Arguedas. Usted ha leído ese libro y ha asistido, cual testigo furtivo, al despertar del amor infantil a la vista de la luna en una hacienda llamada Viseca. De pronto se habrá preguntado: ¿cómo es que juntando adjetivos y recuerdos se puede construir un mundo de palabras donde maqtillos y pasñas juegan en armonía cósmica con la naturaleza?, ¿cuál es el secreto para hacer bailar al español y al kechwa, dos idiomas de cuerpos atléticos, en una danza casi diabólica bajo el musical canto de las tuyas?
Cuarenta años después de su muerte muchos siguen preguntándose cómo una persona de aspecto simple, nacido en un pueblito llamado Andahuaylas, pudo tejer palabras kechwas y españolas, en una combinación de tonalidades jamás escuchadas, y convertir en literatura el vivir y el sentir de aquellos apestados de los Andes equivocadamente llamados indios. O retratar al tifus montado en un caballo vadeando el río para acabar con los habitantes de la comarca. O pintar cernícalos de alas doradas elevándose hasta el sol para beber su esencia. O nadar contra la corriente en Literatura, en una pelea solitaria y tenaz, motivado por una fe inquebrantable en sus Apus, en los pueblos de las sierras, en aquellos a quienes consideraba sus hermanos.
En política, Arguedas advirtió que un país con excluidos no nos conduciría a buen puerto, que el Perú no sólo estaba constituido por los señoritos de origen español sino, principalmente, por aquellos cuya raíz estaba plantada en las profundidades de los Andes. Nos dijo que la propiedad en el Perú del siglo XX (las haciendas) tuvo su origen en el robo, y la propiedad que nació del despojo de ninguna manera podía ser considerada propiedad.
En una sociedad que caminaba hacia su autodestrucción, con formas de vida automatizadas (donde cada día que pasa los hombres se convierten en robots), nos dijo que el humanismo andino podía abrir nuevos caminos para solucionar los grandes problemas de la humanidad.
Y ante el avance del individualismo, nos dijo que el ayllu andino y el trabajo comunitario (minka) eran mejor que todo eso. “Y que no haya rabia”, decía como todo comunero. No era indigenista. Era un escritor kechwa. No defendía una raza. Hablaba de todas las sangres. Defendía una cultura, la andina, y una forma de pensar, más cercana a la solidaridad y a la ecología.
Sus libros son simples historias de gentes de diferentes pueblos, que lloran, que cuentan, que cantan, que recuerdan, que olvidan. Pero detrás de cada cuento, de cada historia, está oculta una advertencia, una sugerencia...
Si desea leer el artículo completo (se lo recomendamos) vaya a: http://www.servindi.org/actualidad/38922?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Servindi+%28Servicio+de+Informaci%C3%B3n+Indigena%29
Hablemos ahora del Warma kuyay de Arguedas. Usted ha leído ese libro y ha asistido, cual testigo furtivo, al despertar del amor infantil a la vista de la luna en una hacienda llamada Viseca. De pronto se habrá preguntado: ¿cómo es que juntando adjetivos y recuerdos se puede construir un mundo de palabras donde maqtillos y pasñas juegan en armonía cósmica con la naturaleza?, ¿cuál es el secreto para hacer bailar al español y al kechwa, dos idiomas de cuerpos atléticos, en una danza casi diabólica bajo el musical canto de las tuyas?
Son los misterios del arte. Y quizás de la genialidad.
Ahora hablaremos de Arguedas.Cuarenta años después de su muerte muchos siguen preguntándose cómo una persona de aspecto simple, nacido en un pueblito llamado Andahuaylas, pudo tejer palabras kechwas y españolas, en una combinación de tonalidades jamás escuchadas, y convertir en literatura el vivir y el sentir de aquellos apestados de los Andes equivocadamente llamados indios. O retratar al tifus montado en un caballo vadeando el río para acabar con los habitantes de la comarca. O pintar cernícalos de alas doradas elevándose hasta el sol para beber su esencia. O nadar contra la corriente en Literatura, en una pelea solitaria y tenaz, motivado por una fe inquebrantable en sus Apus, en los pueblos de las sierras, en aquellos a quienes consideraba sus hermanos.
Sus aportes
Los aportes del Taita son muchos. El más importante fue rebelarse contra la arbitrariedad de la Real Academia de la Lengua Española, oponerse a la dependencia en la lengua. En Literatura, desechó los mil estilos provenientes de Europa, creando uno nuevo. Sobre todo, nos enseñó a crear literatura a partir de nuestra realidad, en un país cuyos escritores hasta entonces sólo eran, como los monos, imitadores de supuestas culturas superiores.En política, Arguedas advirtió que un país con excluidos no nos conduciría a buen puerto, que el Perú no sólo estaba constituido por los señoritos de origen español sino, principalmente, por aquellos cuya raíz estaba plantada en las profundidades de los Andes. Nos dijo que la propiedad en el Perú del siglo XX (las haciendas) tuvo su origen en el robo, y la propiedad que nació del despojo de ninguna manera podía ser considerada propiedad.
En una sociedad que caminaba hacia su autodestrucción, con formas de vida automatizadas (donde cada día que pasa los hombres se convierten en robots), nos dijo que el humanismo andino podía abrir nuevos caminos para solucionar los grandes problemas de la humanidad.
Y ante el avance del individualismo, nos dijo que el ayllu andino y el trabajo comunitario (minka) eran mejor que todo eso. “Y que no haya rabia”, decía como todo comunero. No era indigenista. Era un escritor kechwa. No defendía una raza. Hablaba de todas las sangres. Defendía una cultura, la andina, y una forma de pensar, más cercana a la solidaridad y a la ecología.
Sus libros son simples historias de gentes de diferentes pueblos, que lloran, que cuentan, que cantan, que recuerdan, que olvidan. Pero detrás de cada cuento, de cada historia, está oculta una advertencia, una sugerencia...
Si desea leer el artículo completo (se lo recomendamos) vaya a: http://www.servindi.org/actualidad/38922?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Servindi+%28Servicio+de+Informaci%C3%B3n+Indigena%29
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