La felicidad en el albañal
O por qué tantos creen que los Fujimori son una solución
Curioso, pero no tan curioso: quienes se aprestan a votar por Keiko Fujimori colocan como uno de sus argumentos (el más disparatado) su temor de que con Humala llegue una dictadura represiva, que barra con las libertades de información y de prensa.
Y para documentar su temor hacen circular información tergiversada, rebotan emails de entrevistas que nunca se realizaron, forman cadenas de mensajes cuyo origen debe de ser una oficina fujimorista largamente entrenada en campañas de desprestigio y cortinas de humo, y circulan artículos escritos por exabogados de Vladimiro Montesinos.
Y para ponerse al día sobre las cosas que Humala hará con sus libertades de expresión, leen los diarios y las estaciones de televisión del grupo El Comercio, medios en los cuales, hace varios días, han empezado los despidos y los extraños nombramientos: despidos de periodistas que se niegan a escribir en favor de Keiko Fujimori y contra Humala, nombramientos de otros periodistas que ya estuvieron conectados con la mano negra fujimorista en la dictadura anterior.
Lo más lamentable es que en verdad creen que votar por Fujimori es mejor. Lo creen por otras razones: o porque son parte del circuito de la corrupción, o porque son parte del circuito del clientelaje, o porque el anterior gobierno de Fujimori los benefició de alguna manera y no les importan demasiado los costos que otros tuvieron que pagar (con su miseria o con sus vidas).
Empeñados en repetir los méritos de la dictadura fujimorista (la derrota de Sendero Luminoso y la salida de la hiperinflación), olvidan dos verdades coyunturales y muchas otras verdades más riesgosas.
Una de las verdades coyunturales es que la derrota de Sendero Luminoso fue producto del trabajo de un grupo policial que no contó con el apoyo de Fujimori y que laboró más a pesar de él que gracias a él: desfinanciado por su gobierno, minado por las desinteligencias de quienes dirigían la política interna, completamente al margen de la estúpida estrategia violentista del fujimorismo.
La otra es que la corrección de la hiperinflación fue la ejecución parcial y malhecha de un plan que había sido elaborado por el equipo de Vargas Llosa, que Fujimori implementó obviando las medidas de apoyo social, de la manera más salvaje e indolente (con lo que generó el súbito crecimiento de la pobreza extrema, de cuya reducción tomó el crédito años más tarde) y en estricta oposición a todas y cada una de las promesas que hizo durante su campaña.
Las verdades mayores, sin embargo, las que más importan de cara al futuro, son otras, aunque se conecten con las previas: el régimen de Fujimori implantó la mentira como forma habitual de discurso político, el acoso a la oposición como reemplazo del debate, las campañas de desprestigio como método permanente, la corrupción como mecanismo institucional, el chantaje como palanca para moverlo todo, la violencia mediática como lenguaje público, el menosprecio a la inteligencia como nueva forma de sentido común, el asesinato como instrumento de Estado, la compra de conciencias como modo de convencimiento.
El gobierno de Fujimori le puso un precio en oro a la hipocresía, a la vulgarización de la escena pública. Formó una generación entera de peruanos (y reformó a las anteriores y a las siguientes) en la idea de que cualquier síntoma menor de mejoría económica o financiera era más importante que la dignidad de la gente, les inculcó la idea de que una fluctuación negativa de la bolsa es más dañina que un homicidio masivo, que las cifras en azul son más cruciales que el respeto a la vida humana.
Más importante todavía y más aborrecible: el fujimorismo educó a los peruanos en la noción de que no importa la verdad sino la aceptación de la verdad oficial; les hizo creer que la tranquilidad de sus conciencias está en abrazarse al primer discurso que les diga, desde el poder, que los fines son infinitamente más importantes que los medios, o en forzarse voluntariamente a creer que las mentiras que les cuenten son equivalentes a una verdad, si esa mentira les resulta más cómoda.
¿Algo más triste? Sí: el fujimorismo le dio a millones de peruanos una excusa para suponer que toda acción inmoral es justificable en función del relativo bienestar económico inmediato, o, peor aun, en función de unas cifras macroeconímicas que difícilmente afectan el bienestar real de esas mismas personas.
¿Ustedes se han sorprendido en estas semanas al conversar con una prima abogada, un primo desempleado, un abuelo retirado, un ama de casa, un taxista, que cree que los muertos del gobierno fujimorista y los latrocinios del gobierno fujimorista son anecdóticos y secundarios?
Yo también (o yo sí): secretarios y administradoras, economistas y vendedoras de perfumes, hombres y mujeres perfectamente respetables que le dicen a uno: "bien hecho que mataron a todos los terrucos y qué pena si murieron inocentes, lo que cuenta es que Fujimori nos dio tranquilidad; en todas las guerras mueren inocentes, yo no me voy a mortificar pensando en los inocentes que murieron en esta guerra".
O dicen: "Bueno, quizás Fujimori robó más que nadie en la historia del Perú, pero él mismo creó esa riqueza". No los peruanos (que suelen pensar, tristemente, que la riqueza del Perú les ha sido regalada por un caudillo, no creada por ellos mismos), sino Fujimori. Fujimori el gran padre, Fujimori el dios inescrutable de cuyos procedimientos no hay que dudar. ¿Que el fujimorismo robó 6 mil millones de dólares: 750 dólares por cada peruano que vive en la pobreza; unos dos mil dólares por cada peruano en la pobreza extrema? Misteriosos son los caminos del Señor.
Esa es la terrible cualidad del fujimorismo: que cada vez que se vuelve a ofrecer como alternativa, confía en que su trabajo en la dictadura estuvo bien hecho: que, en efecto, la dictadura creó un número suficiente de peruanos que creen firmemente que el mal produce bien, que aceptan sin cuestionamientos éticos que el sufrimiento ajeno produce bienestar propio, que piensan que la prosperidad de los números es la única posible.
Criados en el albañal del fujimorismo, piensan que una cierta cantidad de basura no es sólo aceptable sino que es la condición natural de la vida peruana, y están condicionados a aceptar que en medio de esa basura está la felicidad. La única mediocre felicidad que creen que merecemos.
Fuente: http://puenteareo1.blogspot.com/2011/04/la-felicidad-en-el-albanal.html
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