Como hizo recordar Ricardo Vásquez Kunze, la última vez que se debatió un Plan de Gobierno en un escenario de elecciones fue en 1990, cuando el Fredemo de Vargas Llosa elaboró una ambiciosa propuesta de reforma neoliberal que implicaba el ajuste de precios, la renegociación de la deuda, la privatización de la economía y la liberalización de los mercados.
Debido a la “franqueza” de sus intenciones, el Plan fue transformado por el APRA y los servicios de inteligencia en “una amenaza”, lo que permitió que el verdadero candidato de Alan García, Alberto Fujimori, pudiera hacer una campaña exitosa con el simple expediente de decir “no”: no al shock, no a la privatización de PetroPerú, no a los despidos, etc.
Y, como se sabe, este satánico ingeniero del no ganó las elecciones y dejó de lado todas sus negaciones para realizar el shock más brutal de la historia universal, privatizar PetroPerú y todo lo privatizable (haciendo desaparecer luego el dinero pagado por lo vendido), despedir millones de trabajadores, etc.
Hoy estamos igual. Sólo que la propuesta detallada y seria es la de la izquierda, que ha tratado de mostrar un derrotero para sacar al país del entrampamiento que representa el crecimiento primario exportador, sin redistribución y sin Estado promotor y regulador.
Esa propuesta ha señalado la ineludible tarea de incrementar la recaudación tributaria y el control sobre las grandes empresas, que se están llevando las riquezas naturales del país sin permitir que se resuelvan sus problemas fundamentales.
Por haber escrito un Plan de Gobierno de verdad, los cazafantasmas de la derecha pro-Fujimorista, parapetados en programas nocturnos de televisión, conducción radial o dirección de los principales diarios, se han dedicado a convertir el detalle del programa nacionalista en su principal debilidad, bajo la forma de “quieren perjudicarte” (pensión 65 contra fondos ahorrados en las AFP, como si fueran contrapuestos; sistema integrado de salud versus seguridad social de los actualmente afiliados, como si una cosa negara la otra, etc.), y “no son claros”, cuando ellos mismos han armado la confusión.
Y como la vez anterior, nadie tiene una idea de cuál es la propuesta de la candidata anaranjada, que se limita a beneficiarse de la demolición del otro y de que no exista presión sobre sus propuestas y sus propias inconsecuencias.
En realidad no interesa lo que pueda haber escrito Yoshiyama en un plan que se define en el concepto de que con la Constitución de 1993 se inicia la historia del Perú y lo anterior es prehistoria.
Tampoco interesa que ese plan haya aplaudido la flexibilización laboral (reducción o desaparición de derechos) como genial idea para crear empleo; mientras que en estos días se difunde un spot de la candidata en la que ofrece la defensa de los derechos laborales que su padre arrasó. O que haya injertado a Hernando de Soto y su magia tituladora en segunda vuelta, sin que haya sobresaltos por este pragmatismo electorero.
En realidad la batalla contra el Plan de Gana Perú, está apuntada a que Ollanta y su partido firmen que no se puede intentar cambiar el modelo económico. Esta es una victoria ideológica que se han planteado como objetivo. Que es distinta a la meta política que es reinstalar el régimen de los 90, que es el que mejor garantiza sus intereses.
Fuente: http://www.diariolaprimeraperu.com/online/columnistas/el-plan-de-ollanta_86079.html
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