Lima arremete con la violencia y la gracia de esa incertidumbre que le
da su forma tan familiar y al mismo tiempo esquiva, la misma que Juan
Manuel Chávez (Lima, 1976) intenta descubrir en sus calles y habitantes a
través de su última publicación. Veamos.
Por Raúl Varillas Estrada
Caminar por las calles de Lima, si no apuramos el paso por alguna
sensación de peligro inminente, quizá sea el reconocimiento, en pocas
horas, del efecto de...
lo nacional, esa sensación, no tanto una idea, de
lo peruano que se disuelve o cobra forma ruda, hostil, alegre,
deprimente y bizarra en sus plazas, barrios y habitantes tan disformes
como sus negocios, formales e informales. Juan Manuel Chávez recoge esa
experiencia de lo vertiginoso que hay en esa urbe que nos fascina y nos
arrastra, que nos hace amarla y detestarla, que frustra sueños y amasa
lo posible, ese quizás o tal vez de la promesa que sabe Dios –consigna
limeña de lo inescrutable- si logrará llevarse a cabo.
Limanerías (Editorial Casatomada, 2012) traza, con la velocidad de una
escritura muy segura de sí misma que se sirve de la narración, el ensayo
y el diario de costumbres, una imagen múltiple de la ciudad capitalina
que sintetizaría un país atravesado de incoherencias, violencias y
contradicciones. Sin embargo, sus líneas perciben esencialmente una Lima
que se mueve al ritmo, difícil de seguir, de sus millones de hombres y
mujeres, los mismos que tratan de evitar dar ese paso en falso a que nos
tienen acostumbrados cada una de sus esquinas.
Los cuatro capítulos que lo componen, entre los que particularmente
destacan “Un camaleón entre dos espejos” y “Omisiones”, describen, con
ingenioso manejo de la ironía y la palabra socarrona, la a veces
abúlica, la a veces estrepitosa, forma de vida de la fauna limeña. El
ojo observador e incisivo de la narración repara en lo que nos toca
percibir todos los días en esas calles superpobladas que caracterizan
nuestro espacio silvestre: hambre, hipocresía religiosa, posibilidades
por resolverse, migrantes que hacen suya la ciudad, mitos urbanos que
callan una realidad corrupta en colaboración de sus ciudadanos, y muchas
otras facciones tan pintorescas como grotescas de ese rostro capitalino
que nos absorbe.
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