Por Mirko Lauer
El 70% de aprobación de Ollanta Humala como presidente electo evoca el dicho estadounidense según el cual nada tiene tanto éxito como el éxito mismo. Pero igual no deja de sorprender que las barreras aparentemente tan altas de la segunda vuelta hayan cedido para que Humala gane casi 20% más de súbitos seguidores.
La línea entre fujimorismo y humalismo parecía más difícil de cruzar. Cierto que muchos no votaron por simpatía sino para frenar a un enemigo. Por lo menos esa era la teoría. Ahora ya no está tan claro por qué muchos votaron como votaron. Al final nos vamos a tener que quedar con el pragmático refrán gringo.
En otros tiempos se hubiera podido aludir al gran prestigio de la presidencia en un sistema presidencialista. Pero eso parece estar de salida, con los primeros mandatarios más bien como punching balls del sistema democrático. El homenaje consiste en atribuirles los problemas. Lo cual inevitablemente lima la cifra de aprobación.
Pero hay en ese casi 20% adicional un cambio que merece ser explorado. Puede ser gente genuina y gratamente sorprendida por la forma de conducirse del virtual presidente. Pueden ser oportunistas silvestres del sector A, como los describe Mario Vargas Llosa. Pueden ser protagonistas de una tregua política de tipo ver para creer.
Cuando uno revisa la encuesta Ipsos-Apoyo encuentra una explosión de optimismo. Por la forma en que viene estructurado el cuestionario, da la sensación de que los encuestados están...
convencidos de que el nuevo Nº1 va a poder cumplir lo que ellos le reclaman. Si esa es la única mecánica, ese 70% todavía puede crecer algo en los meses que vienen.
¿Va a necesitar Humala tanta popularidad? Probablemente no, ya que los dos pasados presidentes han sobrevivido con menos de la mitad. Sin embargo una alta aprobación da un mejor margen de maniobra en una democracia. Lo malo es que no se puede mantener satisfecha a tanta gente todo el tiempo. Gobernar consume aprobación.
Debemos pensar que este 70% representa también una difundida búsqueda de estabilidad política entre la población. Frente a eso Humala tiene algunos compromisos asumidos, aun si nos referimos solo a los más moderados, que pueden sacar roncha en diversos sectores. Al final aparecerá la clásica frase de que no se gobierna para las encuestas.
Durante el 2010 el promedio de aprobación presidencial en la región fue 60%, una cifra que en el Perú no vemos desde hace buen tiempo. Los gobiernos de izquierda en Brasil y Chile se han manejado con aprobaciones altas en la región, y eso es una suerte de desafío implícito para Humala. Recién agosto dará alguna cifrología más en firme.
La línea entre fujimorismo y humalismo parecía más difícil de cruzar. Cierto que muchos no votaron por simpatía sino para frenar a un enemigo. Por lo menos esa era la teoría. Ahora ya no está tan claro por qué muchos votaron como votaron. Al final nos vamos a tener que quedar con el pragmático refrán gringo.
En otros tiempos se hubiera podido aludir al gran prestigio de la presidencia en un sistema presidencialista. Pero eso parece estar de salida, con los primeros mandatarios más bien como punching balls del sistema democrático. El homenaje consiste en atribuirles los problemas. Lo cual inevitablemente lima la cifra de aprobación.
Pero hay en ese casi 20% adicional un cambio que merece ser explorado. Puede ser gente genuina y gratamente sorprendida por la forma de conducirse del virtual presidente. Pueden ser oportunistas silvestres del sector A, como los describe Mario Vargas Llosa. Pueden ser protagonistas de una tregua política de tipo ver para creer.
Cuando uno revisa la encuesta Ipsos-Apoyo encuentra una explosión de optimismo. Por la forma en que viene estructurado el cuestionario, da la sensación de que los encuestados están...
convencidos de que el nuevo Nº1 va a poder cumplir lo que ellos le reclaman. Si esa es la única mecánica, ese 70% todavía puede crecer algo en los meses que vienen.
¿Va a necesitar Humala tanta popularidad? Probablemente no, ya que los dos pasados presidentes han sobrevivido con menos de la mitad. Sin embargo una alta aprobación da un mejor margen de maniobra en una democracia. Lo malo es que no se puede mantener satisfecha a tanta gente todo el tiempo. Gobernar consume aprobación.
Debemos pensar que este 70% representa también una difundida búsqueda de estabilidad política entre la población. Frente a eso Humala tiene algunos compromisos asumidos, aun si nos referimos solo a los más moderados, que pueden sacar roncha en diversos sectores. Al final aparecerá la clásica frase de que no se gobierna para las encuestas.
Durante el 2010 el promedio de aprobación presidencial en la región fue 60%, una cifra que en el Perú no vemos desde hace buen tiempo. Los gobiernos de izquierda en Brasil y Chile se han manejado con aprobaciones altas en la región, y eso es una suerte de desafío implícito para Humala. Recién agosto dará alguna cifrología más en firme.
Fuente: http://www.larepublica.pe/21-06-2011/escobita-nueva
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