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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Secretos del 13 de noviembre


 

A las 9 de la noche del 12 de noviembre de 1992, hace 20 años, el general Jaime Salinas Sedó salió del departamento 701, donde había estado de incógnito los tres últimos días, en el séptimo piso de Camino Real 845, para dirigirse a un taller de mecánica desde donde se definiría en pocas horas el destino del Perú.

Siete meses después del golpe de Estado del 5 de abril, que abrogó la democracia y convirtió a Alberto Fujimori de presidente electo en dictador, Salinas Sedó se preparaba a...
dirigir una acción militar cuyo objetivo era reconquistar la democracia.

Salinas junto con un grupo pequeño de conspiradores demócratas, entre los cuales destacó el entonces presidente del Senado, Alberto Borea, se organizaron desde junio de 1992 para derrocar a la dictadura de Fujimori y Montesinos. No solo había un mandato constitucional sino la orden del Congreso de llevar a la presidencia a Máximo San Román, investido como tal por el aquel poco después del golpe de Fujimori.

Las acciones deberían empezar a ejecutarse desde las tres de la madrugada del 13 de noviembre con la captura de Fujimori, la de Nicolás Hermoza Ríos y la neutralización de Montesinos (la forma precisa de esa neutralización no está del todo clara. Algunos documentos se refieren a una ‘eliminación’, otros anuncian ominosamente un suicidio, que algunos veteranos del 13 de noviembre explican hoy como ‘un psicosocial’, afirmando que se trataba de capturar también a Montesinos).

A las ocho y media de la mañana del día siguiente, de acuerdo con el plan, el país despertaría a una realidad bruscamente cambiada en las cinco horas previas, con todo dispuesto para recibir en Palacio a Máximo San Román.

No era una conspiración aislada. El número de altos oficiales del Ejército, la Aviación y la Marina que se preparaban para plegarse al movimiento incluía a jefes de región y a muchos oficiales con mando de unidades operativas. Su adhesión iba a ser virtualmente automática en cuanto se tuviera noticia del éxito de la operación de captura de Fujimori, Montesinos y Hermoza.

Al salir del departamento de Camino Real, a las 9 de la noche del día 12 de noviembre, Salinas Sedó no lo dejó vacío. Una hora antes había llegado el dueño del departamento, el empresario Julio Vera Gutiérrez, con su secretaria, una computadora, impresora y harto papel. Lo acompañaba el asesor político Augusto Rázuri. Poco después llegaron dos militares con formación jurídica, para redactar varios de los decretos que iban a ser proclamados en la mañana siguiente.

Después que se fue Salinas, uno de los dos ayudantes que habían estado con él desde el ingreso clandestino de aquel por Tacna a comienzos de noviembre: el mayor EP (r) Salvador Carmona, cerró con llave desde fuera las puertas del departamento de Camino Real, para asegurarse de que las personas que quedaban adentro no pudieran salir ni comunicarse con nadie. El nuevo gobierno les abriría las puertas por la mañana.

Adentro quedaron encerrados Augusto Rázuri, la secretaria de Julio Vera y los dos miembros de la Fuerza Armada, cuyos nombres veremos más abajo.

El ‘centro de comando’ se había establecido en un taller mecánico de Carmona en el número 4460 de la avenida República de Panamá. La seguridad, que nunca fue el punto más fuerte de los conspiradores democráticos, se relajó marcadamente en las últimas horas previas a la acción. En determinado momento, recuerda uno de los asistentes, había tanta gente (cerca de 200 oficiales de la FFAA) que la reunión “parecía una pollada”.

Hacia la medianoche, sin embargo, se hizo evidente que la acción no iba a prosperar ese día. El militar en actividad que debería tomar el mando formal de las acciones, el general EP Luis Alcántara, no llegó al taller tal como, según Salinas Sedó y otros, se había comprometido. Salinas Sedó decidió entonces aplazar la acción por unos días más.

Pero antes de la medianoche, el gobierno de Fujimori se movilizaba para sofocar el movimiento de los militares demócratas. El operativo militar fue puesto en manos del jefe de la 1ra. División de Fuerzas Especiales, general EP Luis Pérez Documet.

En su “Parte de Operaciones Nº 567 LPD”, escrito el mismo 13 de noviembre de 1992, en Las Palmas, Pérez Documet escribe que:

“1.- El suscrito recibió la Orden [verbal, de Hermoza] de capturar a todos los que se encuentren en el interior y/o a personal que llegue a los siguientes inmuebles: a) Av. República de Panamá Nº 4460, b) Av. San Borja Sur Nº 1134, departamento 303.

2.- Inmediatamente me constituí a la Comandancia de la 1ra. Div FFEE y puse en ejecución el Plan de Recojo de Oficiales”.

Es evidente que por lo menos Hermoza estaba informado esa noche de lo que iba a ocurrir. También Fujimori, que en lugar de refugiarse en Palacio, en la Comandancia General del Ejército o en el SIN, como suponían los conspiradores demócratas que iba a suceder, huyó a la Embajada de Japón.

¿Cómo supieron Fujimori y Hermoza de los preparativos para derrocarlos y capturarlos? Es casi seguro que hubo más informantes, pero por lo menos dos documentos de inteligencia, que sobrevivieron la caída del fujimorismo, revelan cómo se informó el gobierno de la conspiración de Salinas Sedó.

VIEJOS AMIGOS

El 10 de noviembre de 1992, Salvador, ‘Sami’, Carmona visitó a un viejo amigo para tratar de convencerlo de que se uniera a la conspiración. Se trataba del entonces coronel José Graham Ayllón, subdirector de la Escuela Militar de Chorrillos.

Carmona y Graham tenían una amistad de dos generaciones, el padre de Carmona, militar retirado, había colaborado con el padre de Graham, el general EP José Graham Hurtado, durante el gobierno militar de Velasco. Las dos familias mantenían una relación afable, lo que llevó a Carmona a hablarle abiertamente a Graham e invitarlo a asistir a una reunión conspirativa con otros oficiales.

Graham no aceptó. Y poco después de que Carmona se retirara, pidió una audiencia urgente con el jefe del Ejército, Nicolás Hermoza Ríos. Este lo recibió de inmediato, a las 10:15 de la mañana. Según la nota de inteligencia escrita ese mismo día al “Gral Div Jefe del SIN”, con rebuznante ortografía, bajo el título de“Revelión y Sedición frustrada” [sic] Graham “informó sobre la invitación que había recibido del My (R) CARMONA BERNASCONI Salvador para asistir a una reunión con otros Oficiales, en la que se trataría lo relacionado con una Revelión [sic] y Sedición en contra del Gobierno del Presidente FUJIMORI”.

La nota finalizaba indicando que Graham “manifestó desconocer los nombres de los otros Oficiales que concurrirían a dicha reunión”.

Diecinueve años después, Graham Ayllón confirmó a IDL-Reporteros el contenido de la nota de inteligencia y dijo que, en efecto, informó a Hermoza.

“Sami es mi amigo y le dije que no estaba de acuerdo con lo que ellos estaban haciendo”, dijo Graham en entrevista telefónica, “y di cuenta a mi comando, como tenía que ser”.

Carmona fue uno de los oficiales torturados luego de la debelación de la intentona del 13 de noviembre.

“OLVÍDATE DE MI VISITA”

Dos días después, en la víspera de la acción, el 12 de noviembre, el vicealmirante AP (r) Augusto Vargas Prada, el más importante miembro de la Marina en adherirse al movimiento de Salinas Sedó, buscó a última hora el apoyo del contralmirante José García Castaños.

Luego de despedirse de Salinas Sedó en el departamento de Camino Real, Vargas Prada visitó a García Castaños en la casa de este, en la urbanización Neptuno. Eran las 10 de la noche.

Después de “una conversación de tipo social de aproximadamente 20 minutos”, como dice el memorándum I.100-s/n con el sello de “Estrictamente Privado” que García Castaños envió al comandante general de la Marina el 2 de diciembre de 1992, Vargas Prada le informó a García Castaños “estar involucrado en un movimiento militar liderado por el General Jaime Salinas Sedó y que se produciría en las próximas horas, para restituir la Constitucionalidad en el país”.

Según el memorándum, García Castaños le manifestó “su total desacuerdo” frente a este intento. Luego de un rato más de conversación, Vargas Prada se retiró “manifestando al despedirse que se olvidara que la visita se había realizado”.

García Castaños no solo no se olvidó sino que se apresuró en denunciar a Vargas Prada. Se puso en contacto primero con el contra contralmirante AP Javier Bravo Villarán y junto con él telefoneó al vicealmirante AP Carlos Valdez de la Torre, comandante general de Operaciones Navales, pidiéndole una cita urgente en su casa. Eran las 11.20 de la noche.

La reunión en la casa de Valdez se llevó a cabo a las 11:30 de la noche. Después de un informe y conversación que tomó cerca de media hora, García Castaños afirma que “se le hace ver al Valm. VALDEZ que el tiempo estaba transcurriendo y que era urgente que comunique la información al Comandante General de la Marina”.

Valdez pudo establecer comunicación con el comandante general de la Marina, almirante Alfredo Arnaiz a las 12:15 a.m. Al pedirle una cita para “poner en su conocimiento sobre lo informado por el Calm. José GARCIA. El Comandante General manifestó tener conocimiento del asunto y citó al Valm. Carlos VALDEZ a reunión de Vicealmirantes en la Comandancia General de Marina”.

A esa hora, en efecto, Pérez Documet se encontraba al mando de la fuerza de choque militar que iba a debelar el intento de restauración democrática.

Casi dos decenios más tarde, García Castaños confirmó a IDLReporteros que, en efecto, informó a sus superiores. “Yo no podía quedarme con esa información”, dijo. “Hubiera sido una deslealtad tremenda. Mi obligación absoluta y prístina fue informar. Tenía que decírselo a mi jefe y cumplir con mis deberes de lealtad”.

TOPOS Y DELACIONES

Durante mucho tiempo, los conjurados del 13 de noviembre estuvieron convencidos de que la principal delación fue la que habría hecho el entonces comandante EP Elías Moyano, jefe del batallón de tanques de la Segunda Región Militar.

Moyano estuvo en el taller de Carmona a las 11:30 de la noche y aunque prometió apoyar el movimiento, sus gestos sugirieron lo contrario a varios asistentes. Poco después de su regreso al Rímac, donde el ahora preso general EP César Saucedo era jefe de la división blindada, “se halló que había tropas en las dos salidas. Eso nos indicó que habían sido alertados”, dice un veterano del 13 de noviembre.

El hecho es que a las 11 de la noche, el gobierno de Fujimori ya estaba informado de lo que suce- día y ya se había movilizado para debelar el movimiento.

ENCERRADOS EN EL SÉPTIMO PISO

Una vez que se tomó la decisión de suspender el contragolpe, la mayoría de los asistentes al taller de Carmona se retiró. Pero un grupo pequeño de personas se quedó, entre ellos los generales Salinas, Soriano y Víctor Obando, además de los ayudantes de Salinas, ‘Sami’ Carmona y el mayor EP César Cáceres. Poco después llegó el hijo de Salinas, Jaime, conducido por el chofer de aquel, que recién entonces se enteró de que estaba en Lima. También llegó Jorge Polack Merel, otro de los conjurados.

El lugar ya se encontraba completamente rodeado por las tropas al mando de Pérez Documet. A las tres de la mañana, cuando Salinas bajó para retirarse en una camioneta blindada de Vera Gutiérrez, se desató la balacera.

Minutos después, todo había terminado. Salinas logró escapar, bajo un fuego nutrido de Pérez Documet y su grupo, hasta la comandancia general del Ejército, con el chofer herido. Ahí se en tregó. En el taller, el comandante EP Manuel Guzmán Calderón apresó, luego de balear el local a discreción, a los generales Soriano y Obando, al mayor Cáceres, al suboficial Faustino Conde, chofer de Salinas; a Jaime Salinas jr. y Jorge Polack. También apresaron al guardián Santos Álvarez.

Algunas horas después fue capturado ‘Sami’ Carmona que se había escondido entre unas llantas.

Las noticias de la debelación de la conjura empezaron a transmitirse temprano en la mañana. En el departamento de Camino Real, los miembros del equipo encargado de preparar decretos y comunicados, se enteraron al final de la madrugada de lo que había sucedido.

El equipo estaba rodeado de los documentos que había preparado y de los que le habían entregado. Desde una declaración escrita por el presidente del Senado, Alberto Borea, que fue quizá el principal organizador civil del esfuerzo de restauración democrática, en estrecha coordinación con Salinas Sedó desde junio de 1992; hasta las normas que nombraban a un gabinete de transición y la reducción del período presidencial de cinco a cuatro años.

Rodeados por esos documentos, ahora incriminatorios, los miembros del equipo, algunos uniformados, se miraron entre sí. Estaban encerrados bajo llave en el séptimo piso, sin tener como salir. No se podía saltar, a menos que quisieran suicidarse, y tampoco salir. No tenían teléfono ni modo de comunicarse.

QUIÉNES ERAN?

Estaba el veterano periodista y asesor Augusto Rázuri. Estaba también la secretaria de Julio Vera Gutiérrez. Y dos oficiales.

Uno era el coronel de la FAP Luis Ávila, del cuerpo jurídico. Estaba casado con quien luego fue fiscal de la Nación, Flora Adelaida Bolívar.

El otro era el entonces capitán de navío AP Carlos Mesa Angosto, también del cuerpo jurídico. Mesa Angosto había expresado su total apoyo a la insurgencia.

Ahora todos expresaban desesperación.

¿Qué pasó luego? La versión más creíble indica que Carmona, oculto entre las llantas, logró comunicarse por teléfono con Vera Gutiérrez, para informarle sobre la debacle que estaba acaeciendo. Vera, que sabía que los ocupantes del departamento de Camino Real estaban encerrados, mandó a alguien a abrir la puerta falsa del departamento, y sacar todos los documentos comprometedores. Eso se hizo a primera hora de la mañana y por ahí escaparon los conjurados.

Augusto Rázuri voló a Miami. Al mismo lugar también voló otro conjurado: Eduardo Calmell del Solar, entonces director de Expreso.

Julio Vera Gutiérrez se asiló en la embajada de Costa Rica, donde, un tiempo después, luego de seguir enfrentándose a la dictadura y cuando su arresto era inminente se asiló también Alberto Borea, gracias a la diligencia del gobierno costarricense y la gestión de su embajador en Lima, Luis Carlos Regidor. A lo largo de la década de los noventa, Borea continuó con una oposición inalterable a la dictadura fujimorista.

Pasado el susto, cuando nadie vino a capturarlo, gracias al silencio de los dirigentes del 13 de noviembre sobre su participación, Mesa Angosto ascendió a contralmirante y fue nombrado eventualmente presidente del entonces Consejo de Justicia Militar, cargo que, como fuero militarpolicial, ocupa hasta hoy.

Al final de la década de los 90, Mesa Angosto fue uno de los que firmaron el ‘acta de sujeción’ a Fujimori, sin que los recuerdos de 1992 le trepidaran el pulso a la hora de estampar el sello y florear la rúbrica.

No fue el único en pasar de conspirador a colaborador. Jorge Polack fue otro y, más notorio, si cabe, Eduardo Calmell se entregó por completo, plata de por medio, a Montesinos. Eventualmente tuvo que volver a escapar del país, esta vez de la justicia anti-corrupción, de la que aún es prófugo.

El departamento de Camino Real, cobijo final de los insurgentes y trampa para los aterrados conspiradores, volvió años después a la notoriedad, cuando se cuestionó e investigó la permuta mediante la cual Vera Gutiérrez lo traspasó a Jorge del Castillo.

Jaime Salinas y los demás militares capturados, soportaron con valor y estoicismo las duras condiciones de prisión y el acoso al que fueron sometidos por el gobierno de Fujimori y Montesinos. Su entereza no ha sido suficientemente reconocida por el Estado.

Al inicio de su prisión, el primer día, aislado e incomunicado, un grupo de oficiales del SIN intentó interrogar a Salinas. Al lugar de encierro llegaron el coronel EP Roberto Huamán Azcurra, el coronel PNP Carlos Domínguez Solís y, dirigiéndolos, el general PNP Ketín Vidal, según recuerda Salinas. Este se negó tajantemente a responderles y ahí terminó el intento, que se reprodujo con los otros generales detenidos, con el mismo resultado en casi todos los casos.

Si el movimiento 13 de noviembre fue fulminantemente debelado, la estoica resistencia de los oficiales en prisión prestigió grandemente su causa y mantuvo a lo largo de los años la certeza de que, pese a la humillante obsecuencia de militares como los firmantes del acta de sujeción, había militares honorables que continuaban oponiéndose al gobierno corrupto de Fujimori y Montesinos.

LIZ MINEO Y JENNY CABRERA
IDL-Reporteros

Fuente: http://diario16.pe/noticia/20463-secretos-del-13-de-noviembre

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