César Calvo bordeaba los cincuenta años cuando ingresó al Taller de Poesía de la Universidad de San Marcos. Terminaban los años 80 y los jóvenes que componían aquel círculo de creación, dirigido por el profesor y poeta Hildebrando Pérez, lo invitaron para que ofreciera una lectura de sus poemas. Él, sanmarquino de toda la vida, no vaciló y acudió al que fuera escenario de sus primeras publicaciones, de su conversión ideológica, de los lazos más entrañables jamás forjados. Volvía pues a... la historia que había formado en los 60.
Sería la nostalgia o la felicidad que genera el retorno, que decidió confesarle a Pérez y a Alejandro Tamashiro, quien estaba presente en aquel improvisado momento de recuerdos, las arengas ocultas en un grupo de poemas dedicados a un hombre que conoció en la selva y cuya historia prometió jamás reseñar.
Se llamaba Volcek Kalsaretz, se enteró de su muerte a través de los periódicos y decidió que rompería la promesa. Fue un suicidio, reseñaba la prensa. El hombre que se mató por sus recuerdos del Holocausto. Un veinteañero Calvo incluyó en los poemas dedicados al amigo suicida un discreto homenaje a Javier Heraud, Luis de la Puente y Edgardo Tello y a todos los que, como él, conformaron el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Un año más tarde, con “El cetro de los jóvenes”, Calvo los recordaría por escrito, explícitamente.
Ocho poemas componían “El último poema de Volcek Kalsaretz”, publicado en 1965, cuando la violenta muerte de Javier Heraud aún parecía reciente, una historia mal contada donde el protagonista es de los héroes que nunca mueren, porque muchas vidas están ligadas a él, y reconocer su fin es sabernos algo extintos.
En el poema “Palabras para un ciego”, si leemos la primera letra de cada línea hallaremos la famosa arenga “Patria o muerte, venceremos”, en el poema “Viejo tiempo nacido bajo el cielo”, empleando la misma técnica, leeremos la arenga “vivan las guerrillas victoriosas”, en “A la orilla del Drawa, alguna vez”, podemos distinguir “Ejército de Liberación Nacional”, del cual, en aquel tiempo, el vate era miembro.
Cuenta Hildebrando Pérez que antes de que Calvo les confesara la existencia de arengas ocultas, les preguntó si no observaban una particularidad en “El último poema de Volcek Kalsaretz”. Pero, tanto Alejandro Tamashiro como Pérez, analizaban las bondades de los poemas. “‘A la orilla del Drawa...’ es envidiable por su textura y riqueza verbal”, arriesgó este último.
“¿Qué pasó, Tamita, no te diste cuenta?”, espetó Calvo a Tamashiro. “Mira hasta dónde fuimos de clandestinos. ‘Francisco’ (alias de Juan Pablo ‘Chino’ Chang Navarro) estaría orgulloso de nosotros”. “¿Y tú?” le dijo a Pérez, “¿A esto cómo se le llama en la universidad?”. “Antes de que le respondiese, ya me estaba abrazando para levantarme varias veces en el aire, como era su costumbre cada vez que andaba dichoso”, recuerda Pérez Grande.
Fue por ‘Francisco’ que Calvo se incorporó al Ejército de Liberación Nacional (ELN), donde vivió cambiándose de nombre, “en hoteles de engañosa memoria, hasta que un día desperté sin distinguir en realidad mi rostro, perdido entre máscaras como un naipe en un mazo de barajas ajenas y gastadas”, recordó en una oportunidad en el Instituto Italiano de Cultura de Lima.
Su vida se vio marcada por muertes jóvenes que eternizaron su tristeza y anclaron su vida a los recuerdos veinteañeros, cuando siendo un muchacho ingresó -con terno y camisa- a un aula sanmarquina y descubrió que sí se podía vivir en verso. Pero cuánto dolía.
MILAGROS OLIVERA
molivera@diario16.com.pe
Fuente: http://diario16.pe/noticia/26287-las-arengas-ocultas-en-los-poemas-de-caesar-calvo
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