El politólogo Steven Levitsky parte de una premisa muy importante: el juego democrático requiere la existencia de una izquierda electoral
fuerte que ayude a consolidar el régimen político. Y no sólo como...
un
actor de reparto, sino como una alternativa de representación asociada
con la redistribución y la lucha contra la desigualdad. Sin embargo, los
partidos de izquierda no aparecen espontáneamente. Si bien es cierto
que en el Perú existen varios
grupos políticos de izquierda, la articulación partidaria con un
arrastre electoral importante requiere resolver, primero, al menos dos
desafíos: organizacional y electoral. ¿Cómo superarlos?
Steven Levitsky
La democracia necesita una izquierda
fuerte. Según varios estudios, una izquierda electoral fuerte se asocia
con más redistribución y menos desigualdad, lo cual favorece la
consolidación democrática. Y donde los sectores más pobres tienen
representación partidaria, hay menos populismo, lo cual también
fortalece la democracia.
En términos electorales, la izquierda
peruana es una de las más débiles en América Latina (junto con países
como Honduras, Guatemala, y Panamá). De hecho, hace dos décadas que el
Perú carece de una izquierda electoral viable.
No faltan esfuerzos para reconstruir la izquierda. Han surgido varios proyectos, desde el Partido Socialista, Fuerza Social, y Tierra y Libertad hasta el nuevo Movimiento de Afirmación Social (MAS) de Gregorio Santos.
Se habla de un Frente Amplio de Izquierdas. Pero hasta ahora ningún
grupo de izquierda logra establecerse como una fuerza electoral seria.
¿Cómo hacerlo? La construcción de un
partido de izquierda viable enfrenta por lo menos dos desafíos. Uno es
organizacional. La organización todavía importa. Casi todos los nuevos
partidos de izquierda exitosos en América Latina (PT en Brasil, Frente
Amplio uruguayo, FMLN salvadoreño, FSLN nicaragüense, PRD mexicano,
quizás el MAS boliviano) tenían una organización fuerte, con presencia
activa en todo del país. Los partidos que no construyen organizaciones
fuertes no duran (por ejemplo, el FREPASO argentino o el M-19
colombiano).
Pero construir una organización es
difícil. Requiere años de trabajo, y muchas veces no rinde frutos
inmediatos. Además, los políticos contemporáneos tienen poco incentivo
para invertir en la organización porque existen alternativas. Pueden
llegar al electorado a través de los medios de comunicación. Dado que el
camino mediático es mucho más fácil –y más rápido– que la construcción
de una organización, es difícil resistir. Y los que resisten muchas
veces pierden. Mientras se dedican al trabajo de hormigas necesario para
construir una organización de base, surge un outsider –un Fujimori, un
Humala– que se lleva los votos.
Como demuestra el politólogo Brandon Van
Dyck, los partidos de izquierda solo construyen organizaciones fuertes
cuando no hay alternativa, cuando no tienen acceso a los medios o a los
recursos del Estado. No es casualidad, entonces, que muchos de los
partidos de izquierda más duraderos en América Latina nacieron o se
consolidaron bajo regímenes autoritarios (PT, FMLN, Frente Amplio
uruguayo, PRD mexicano). Desde esta perspectiva, la izquierda peruana
actual lo tiene demasiado fácil.
Existe un atajo organizacional: construir
el partido sobre organizaciones sociales ya existentes. El PT se
construyó, en parte, sobre organizaciones sindicales y religiosas, y el
MAS boliviano se construyó sobre organizaciones sindicales, cocaleras,
indígenas, y vecinales. Pero en el Perú, estos movimientos sociales son
débiles. Los sindicatos y la iglesia progresista se han debilitado y los
movimientos populares existentes son localizados. No tienen capacidad
de movilización a nivel nacional, y son casi inexistentes en Lima. En
términos de movilización popular, Lima es un desierto cívico comparado
con La Paz o el D.F. de México.
El segundo desafío que enfrenta la
izquierda es electoral. Como todos saben, la izquierda peruana sufre de
tremendas deficiencias electorales. Desde 1990, casi no existe en el
juego electoral nacional. Ha perdido casi por completo los sectores
populares urbanos.
Cualquier esfuerzo para ampliar la base
electoral de la izquierda enfrenta un dilema. Por un lado, el votante
peruano se ha vuelto más conservador. Sigue existiendo un sector
radical del electorado, concentrado, sobre todo, en el interior, pero
como bien aprendió Ollanta Humala, ese sector no es suficiente para
ganar la presidencia. Una mayoría nacional requiere un sector del voto
limeño, y en Lima –aún en los sectores populares– hay pocos radicales.
El conservadurismo limeño es un serio
obstáculo para el crecimiento de la izquierda. Donde los nuevos partidos
de izquierda han tenido éxito en América Latina, las ciudades grandes
han sido sus bastiones electorales. En Brasil, El Salvador, Uruguay, y
quizás México, gobernar las ciudades grandes ha sido un paso clave hacia
la presidencia. Pero en una región donde las ciudades capitales suelen
ser progresistas, Lima es una gran excepción. Ha sido tierra mucho más
fértil para el PPC que para la izquierda. (Susana Villarán ganó no por
ser, sino a pesar de ser, de izquierda).
Para los candidatos de izquierda que
quieren ganar elecciones, el conservadurismo del electorado limeño
genera fuertes incentivos para correr al centro –como hicieron Humala y
Villarán–. Gregorio Santos critica a Fuerza Social por haberse
convertido en “la izquierda que necesitaba la derecha”. Pero hay que
fijarse en lo que necesita la izquierda. Y en una democracia, la
izquierda necesita votos. Santos no los tiene, sobre todo en Lima.
Pero Santos tiene algo de razón. Aunque
alejarse del votante mediano (como hace, por ejemplo, el MAS de Santos
en el nivel nacional) tiene costos electorales, la moderación puede
generar otros problemas. Los nuevos partidos necesitan una marca. Y
según el politólogo Noam Lupu, el desarrollo de una marca partidaria
requiere dos cosas: diferenciarse de los otros partidos y mantener un
perfil consistente. Correr rápidamente al centro diluye la marca
partidaria, que puede ser fatal.
En el Perú, entonces, la izquierda
enfrenta un dilema difícil. La consolidación de una marca partidaria
requiere un perfil claro y consistente. Pero dado el conservadurismo del
electorado limeño, un perfil claro y consistente de izquierda podría
condenarlo a la derrota perpetua.
No hay salida fácil. La izquierda tendrá
que innovar. Reconstruir una Izquierda Unida (ahora llamado Frente
Amplio) es, probablemente, un sueño. Pero quizás está bien. Muchas
veces, la innovación surge de múltiples experimentos.
Uno de estos experimentos será una
izquierda más liberal o social democrática –una izquierda que promueve
la igualdad y la expansión de los derechos sociales dentro de una
economía de mercado–. Rechazar esa izquierda como “la izquierda que
tanto necesita la derecha” es, además de infantil, falso. La derecha
dura ha sido clara (y nunca más clara que en la revocatoria): no quiere
una izquierda liberal o moderada. Quiere una izquierda muerta. Y hoy en
día parece tenerla.
Fuente: La República
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