Hace 10 años, Murillo vendía bolsas de...
agua helada en el centro de Cartagena. Había nacido en la capital del departamento de Chocó, donde creció “viendo llover”, y luego se fue con su madre y sus cinco hermanos a Medellín con la intención de estudiar. Pero solo lo hizo hasta quinto de primaria. Le hubiera gustado ser médico o, sobre todo, comentarista de la NBA.
Su situación económica, sin embargo, se interpuso. En Cartagena lavó coches, cargó cajas, vendió arepas y después, agua. Un día, un turista le regaló El hombre duplicado, de José Saramago. Y a partir de entonces la lectura desplazó a los clientes en sus prioridades. Lo notó de inmediato Jaime Abello, director de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, quien le compraba agua, y lo llevó a su despacho para regalarle unos libros. Luego le dio más y, al darse cuenta de que ya tenía demasiados, Murillo quiso compartirlos. “Sobre todo, quise ser más útil a la sociedad. Y se me ocurrió lo de La Carreta Literaria: llenarla de libros y prestárselos a todos los que quisieran leerlos, sin cobrarles nada”.
Se lo contó a Raimundo Angulo, presidente del Concurso Nacional de Belleza de Colombia, que, al verlo tan entusiasmado, no dudó en darle dinero para mandar a hacer una carreta. Enseguida Murillo la llenó de libros y el 22 de mayo de 2007 la empujó hasta el Parque Bolívar. La gente comenzó a acercarse y este Quijote caribeño empezó a vivir la aventura cultural que se convertiría en su modo de vida.
Hoy, todos en Cartagena saben que pueden llevarse prestado alguno de sus libros. “No les pido ni una identificación. Confío en ellos. Y nadie me ha defraudado. Es verdad que se han demorado, hasta un año o dos, pero siempre me los entregan”.
Su hazaña es tan conocida y admirada que los políticos e intelectuales que pasan por Cartagena no dudan en hacerse fotos con él. Ha conseguido el patrocinio de varias empresas para pagarse la habitación de hotel donde vive desde hace 11 años, acudir a varias ferias del libro en Iberoamérica, mantener su blog, Facebook y Twitter e ir a los colegios para dar talleres de lectura a los niños. “Por eso me han puesto en el Pabellón Infantil de la Feria del Retiro”, apostilla durante el postre. Varios editores le están regalando libros —“¡a ver cómo me llevo tantos!”—, pero no entiende por qué las casetas cierran a mediodía. “Porque si dejaran abierto, la gente que trabaja podría escaparse a la hora de la comida”. Antes, un gorro tejido le cubría la cabeza. Ahora lo ha cambiado por sombrero, “más caribeño”. ¿Para ligar más? “Pues con esto de los libros, tengo más éxito. Pero la que quiera casarse conmigo ha de gustarle la lectura y la carreta. Si no, que deje tranquilo al negro”.
Fuente: http://deaquiydealla.lamula.pe/2013/06/07/a-la-que-se-case-conmigo-ha-de-gustarle-la-lectura/lianacisneros/
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