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Las cosas que uno medita mucho o quiere que sean 'perfectas', generalmente nunca se empiezan a hacer...
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"Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano". (Ernesto Sábato, Antes del fin)
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domingo, 3 de julio de 2011

Crecimiento sin control amenaza el legado inca en el Cusco

Machu Picchu, Cusco
Falta de planificación urbana y corrupción acentúan deterioro de la Ciudad Imperial. Hay 5.000 centros prehispánicos, pero en el 2010 solo hubo dos investigaciones
(Foto: Archivo El Comercio)


NELLY LUNA AMANCIO
Cusco. Al atardecer, en ese breve espacio que el día le roba a la noche, la ciudad del Cusco revela otra forma de intimidad: la luz acaricia los muros incas como si tratara de devorarlos; a su paso, las sombras acentúan los ángulos rectos y perfectos de las piedras, los coloridos trajes de los cusqueños que vienen de alejadas comunidades brillan entre las calles de piedra gris. Los contrastes son más intensos a esta hora; la destrucción de los últimos muros incas, perversamente más visible.
Lejos de ocultar los daños, la luz del atardecer parece hacer un recuento de estos: repasa las piedras del muro que alguna vez formó parte del acllahuasi y que el año pasado el centro comercial Ima Súmac dañó en la calle Loreto (una de las pocas cuadras que conserva el trazo inca original), la luz rebota de los vidrios que los dueños de esta galería –no contentos con el perjuicio anterior– colocaron sobre las paredes hasta entonces mejor conservadas.
La osadía se repite al interior del mismo local: las columnas y dinteles pintados de amarillo encierran más muros incas. Este año la nueva gestión edilicia paralizó las obras, pero al poco tiempo los dueños continuaron con su obra. Hoy, en la que fue la casa de las vírgenes del sol, ya se alquilan tiendas y se vende ropa y discos piratas.
El estropicio cultural fue autorizado por la anterior gestión municipal de Marina Sequeiros como alcaldesa. El Poder Judicial investiga a los responsables edilicios, pero también a los funcionarios del otrora Instituto Nacional de Cultura que aprobaron con su silencio tamaño atropello. El Código Penal establece penas de cárcel para funcionarios públicos entre 3 y 6 años.
“A diario vemos cómo se tiran abajo los pocos muros incas originales que nos quedan y nadie hace nada”, denuncia Mónica Paredes, probablemente la arqueóloga que más ha estudiado el legado inca en la ciudad del Cusco. En estos últimos días, distraídos por las celebraciones del centenario de Machu Picchu, ya casi nadie recuerda el atropello de este centro comercial. El alquiler de stands continúa.
LA CIUDAD DE PACHACÚTEC
Fue un 15 de noviembre de 1533 cuando Francisco Pizarro llegó al Cusco. Se sabe que era viernes, que hacía frío y que, aunque poco, llovía. Es fácil imaginar el brillo de las piedras mojadas, la suave resistencia de los techos de paja, el agua cristalina discurriendo sobre los canales de piedra pulida y, al medio de una gran plaza, un ushno sagrado. El cielo podía caerse, dicen, pero nada afectaba a la capital del Tahuantinsuyo. En el centro de la ciudad vivían el inca, los sacerdotes y la familia de las panacas incas anteriores. El resto de la población vivía en los barrios periféricos ubicados en las laderas de los cerros.
La ciudad que los españoles encontraron fue la que Pachacútec concibió y construyó desde que en 1438 asumió el poder. Allí estaban la casa donde nació, la casa donde vivió, el Coricancha, el acllahuasi (la casa de los escogidas), el yachayhuasi (la casa del saber), el Hatuncancha (la casa de Túpac Inca Yupanqui), varios templos y las casas de las demás panacas incas.
Cuatrocientos setenta y ocho años después, sobre las enormes y geométricas piedras que formaron uno de los recintos de Pachacútec, se encuentra el Arzobispado del Cusco. La arqueóloga Mónica Paredes está convencida de que los muros que hoy custodian el arzobispado (y cobijan la famosa piedra de los doce ángulos) formaron parte de uno de los espacios que habitó Pachacútec, aunque unos metros más allá los guías turísticos insistan en contarles a los visitantes que aquel fue el palacio de Inca Roca, un inca cuya existencia ni siquiera ha podido corroborarse.
Pachacútec, “el que mueve el mundo”, es el primer inca historiable, todo lo anterior a él se confunde en el mito. Cuando los españoles llegaron, la población todavía recordaba sus gestas y extraordinarias construcciones. El cronista español Bernabé Cobo cuenta que una epifanía le reveló a Pachacútec la necesidad de construir el Coricancha. Pero él hizo más. Derrumbó viejos edificios y construyó nuevos centros de poder administrativo y religioso, como Písac y Ollantaytambo; y continuó avanzando hasta penetrar la Amazonía, hasta construir Machu Picchu y Choquequirao. Se cree que las construcción de estos últimos continuó con su hijo, Túpac Inca Yupanqui.
Todos los cronistas coinciden en que el Estado inca tenía su sede en el Cusco y que desde allí se expandió –desde aproximadamente 1438– hasta cerca de Pasto, en Colombia y, por el sur, más abajo de Santiago de Chile. Luis Guillermo Lumbreras señala que hay incluso cementerios incas al sur de Concepción. Hoy se sabe que antes de Pachacútec el Cusco era un débil señorío que trataba de llevarse bien con los vecinos.
Con la llegada de los españoles, muchas edificaciones incas se desmontaron y sus piedras se reutilizaron. Las piedras de Sacsahuamán, por ejemplo, fueron usadas para construir un templo católico, el convento de Santo Domingo: tardaron casi 100 años en ello. Pero, lejos de lo que se suele creer, según Carlos Silva, director de Investigación y Catastro de la Dirección Regional de Cultura, la mayor destrucción de los vestigios incas no ocurrió durante la Conquista y la Colonia, sino durante la República y, sobre todo, después del terremoto de 1950, cuando los aires de modernización se confundieron con demolición.
PÉRDIDAS INVALORABLES
“Todos los días se daña algo y nadie dice nada”, lamenta Paredes. No se sabe con exactitud cuánto se ha perdido, pero se teme que mucho. Ya en el 2005, un catastro permitió identificar que entre 1998 y ese año se destruyeron 260 predios con valor patrimonial. A la falta de planificación y fiscalización, se suma la falta de presupuesto para la investigación arqueológica. En toda la región Cusco quedan unas 5.000 zonas arqueológicas, aunque –según Carlos Silva– solo 3.500 estarían registradas y apenas 2.000 adecuadamente inventariadas. Los proyectos de investigación arqueológica financiados en todo el 2010 sumaron apenas 20. Por una de esas investigaciones se ha podido descartar la teoría de que Sacsahuamán era una fortaleza. Era un templo del sol, en mayor magnitud al Coricancha.
“Falta investigar en el centro del Cusco, nadie lo hace porque no hay financiamiento”, dice Paredes. La arqueología puede ser una frustración en el corazón de la civilización prehispánica más importante de América. La presión urbana comercial y la corrupción parecen ser las causas.
PRESIÓN TURÍSTICA
220.600 TURISTAS EN 1990
Esa es la cifra oficial de turistas que el Cusco recibió hace 21 años, según datos de la Municipalidad Provincial del Cusco. Fue un número de visitas inferior al que recibió en 1988, cuando apenas se alcanzaron los 279.140 turistas.
800.000 TURISTAS EN EL 2010
Esta es la cifra de turistas que el año pasado llegaron a la ciudad del Cusco, según el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo. Nueve años antes, el 2001, se recibió a casi la mitad: unos 415 mil visitantes llegaron a tierras cusqueñas. Este año se espera alcanzar el millón.

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