“Soy aficionado al fútbol. Era hincha de la ‘U’, ahora soy de Cristal”, nos dice Carlos Germán Belli, uno de nuestros grandes poetas vivos.
Por Gonzalo Pajares
gpajares@peru21.com
Conversar con Carlos Germán Belli otorga paz. Tiene la apariencia de un místico y, a su lado, uno siente que la poesía es posible, que ese estado de calma y sabiduría existe.
En estos días, la Casa de la Literatura Peruana le organiza una muestra –Carlos Germán Belli, el pesapalabras–, y este jueves y viernes, un congreso internacional. Merecido homenaje a un hombre que es pura poesía.
Se celebran 50 años de la publicación de Oh Hada Cibernética, pero su vida no solo tiene 50 años de poesía…
Tengo 84 años, escribo desde que tengo 16. Desde entonces he tratado de vivir en olor de poesía. Y, sí, suena bonito decir que uno ha tenido una vida poética (ríe). Por cierto, hubo trechos donde la vida cotidiana me ganó.
Usted dice que el imperfecto humano alcanza la perfección en la poesía…
En todo ser humano hay algo de poeta, un estado poético que está allí, latente, palpitando. El problema es que en alguno aflora; en otros queda sepultado para siempre. Los primeros motores de la poesía son los enamoramientos adolescentes; después aparecen la lucha por la vida, la angustia del trabajo. Por ejemplo, esa angustia de tener que trabajar en dos lugares a la vez me llevó hacia el hada cibernética. Hay una frase de Verlaine que yo siempre repito: “No hay mal que por bien no venga”.
¿Ha escrito versos perfectos?
No. He hecho versos que...
me han dejado satisfecho. En todo caso, le dejo esa tarea a algún lector o a algún crítico (risas).
¿La poesía es el arte superior?
Sí. Y no lo digo yo. Recordemos que en el habla popular, cuando quieren ponderar algo como máximo, traen a colación a la poesía. Lo poético es sinónimo de excelso.
¿Siempre ha sido humilde?
El ejercicio literario es arduo, es muy difícil. Llevarlo abrazado toda la vida es un ejercicio complejo y difícil de asumir a tiempo completo. Difícil por las dificultades que hay en torno de la vida cotidiana, en la lucha por la existencia. Uno trata de cumplir con el llamado de las musas pese a las dificultades del mundo exterior. Al inicio, yo asumí la poesía como una catarsis, como una purificación, como una liberación de los problemas, de las inquietudes y de las ideas mediante la emoción estética. Pero, al poco tiempo, la poesía se me presentó ya como un reto literario. Primero traté de hacerme de un lenguaje y, luego, de adueñarme de ciertas formas poéticas y metros: el endecasílabo en un primer momento; más adelante, el dodecasílabo y el alejandrino y, por último, el eneasílabo. Y de la métrica pasé a la poesía de forma cerrada: balada, sextina. Y, más tarde, empezó mi preocupación por los moldes estróficos. De Petrarca tomé la estructura estrófica y, a partir de allí, comencé a escribir…
Pertenece a la Generación del 50, una de las más importantes de nuestra literatura. Más allá del calendario, ¿qué los unía?
Había pequeños grupos. Hacia el final, yo me acerqué a Javier Sologuren, a quien le llevé mis manuscritos. Él editó, por ejemplo, Oh Hada Cibernética. Yo lo aprecié muchísimo como hombre de letras y como amigo. También estuve muy cerca de Alberto Escobar, con quien fuimos compañeros en el colegio Raimondi. Además, fui muy amigo de Leopoldo Chariarse. De mis días en San Marcos recuerdo a Alejandro Romualdo, a Pablo Guevara y a Manuel Scorza. Cuando pasé a la Católica me hice bastante amigo de Luis Alberto Ratto –crítico literario– y de César Pacheco Vélez, historiador importante, muerto prematuramente… y, así, poco a poco, fui nucleándome. Recuerdo la visión global de la poesía que tenía Javier Sologuren, los intereses en la poesía social de Romualdo y su gusto por Blas de Otero. Pero, a la distancia, no siento que haya formado un grupo. Siempre fui un escritor periférico, marginal. Y, claro, cómo no mencionar a Paco Bendezú.
¿Con él iban a los bares?
Una vez, solo una vez. Yo me cuidaba mucho, pues era un tanto hipocondriaco, siempre estaba preocupado por cuidarme la salud… por eso evitaba la bohemia. Además, soy un hombre de clase media; por lo tanto, debo llevar una vida disciplinada porque, de lo contrario, terminamos en un desbarajuste existencial. Asimismo, las preocupaciones de mis padres me llevaron hacia la moderada asunción de la vida. Estaban preocupados porque yo había asumido la poesía de forma total: no quería estudiar, no quería tener una profesión, solo quería leer y escribir, lo que para ellos era un drama, más aún porque mi segundo hermano era inválido desde que nació. Entonces, imagínese qué drama para mis padres: un hijo enfermo y otro que había asumido la poesía. Hoy entiendo a mis padres; por eso escribí unos poemas que me sirvieron como mea culpa.
Su rebeldía consistió en ser un poeta…
Yo no lo llamaría rebeldía sino necesidad espiritual. Y, créame, valió la pena y lo volvería a hacer.
AUTOFICHA
- Me sorprenden los reconocimientos que he tenido en vida. Generalmente, estos son póstumos. Yo deseo que sigan… pero no a mi favor sino de otros poetas (risas).
- No estoy muy atento a la escena poética peruana. El otro día dije que solo leía a un poeta: es español y vivió en el siglo XVI. Era una broma.
- Uso las formas poéticas tradicionales, como trampolín, empuje, estímulo. Los poetas de la gran tradición son mis hermanos mayores, los que me impulsan a escribir.
Por Gonzalo Pajares
gpajares@peru21.com
Conversar con Carlos Germán Belli otorga paz. Tiene la apariencia de un místico y, a su lado, uno siente que la poesía es posible, que ese estado de calma y sabiduría existe.
En estos días, la Casa de la Literatura Peruana le organiza una muestra –Carlos Germán Belli, el pesapalabras–, y este jueves y viernes, un congreso internacional. Merecido homenaje a un hombre que es pura poesía.
Se celebran 50 años de la publicación de Oh Hada Cibernética, pero su vida no solo tiene 50 años de poesía…
Tengo 84 años, escribo desde que tengo 16. Desde entonces he tratado de vivir en olor de poesía. Y, sí, suena bonito decir que uno ha tenido una vida poética (ríe). Por cierto, hubo trechos donde la vida cotidiana me ganó.
Usted dice que el imperfecto humano alcanza la perfección en la poesía…
En todo ser humano hay algo de poeta, un estado poético que está allí, latente, palpitando. El problema es que en alguno aflora; en otros queda sepultado para siempre. Los primeros motores de la poesía son los enamoramientos adolescentes; después aparecen la lucha por la vida, la angustia del trabajo. Por ejemplo, esa angustia de tener que trabajar en dos lugares a la vez me llevó hacia el hada cibernética. Hay una frase de Verlaine que yo siempre repito: “No hay mal que por bien no venga”.
¿Ha escrito versos perfectos?
No. He hecho versos que...
me han dejado satisfecho. En todo caso, le dejo esa tarea a algún lector o a algún crítico (risas).
¿La poesía es el arte superior?
Sí. Y no lo digo yo. Recordemos que en el habla popular, cuando quieren ponderar algo como máximo, traen a colación a la poesía. Lo poético es sinónimo de excelso.
¿Siempre ha sido humilde?
El ejercicio literario es arduo, es muy difícil. Llevarlo abrazado toda la vida es un ejercicio complejo y difícil de asumir a tiempo completo. Difícil por las dificultades que hay en torno de la vida cotidiana, en la lucha por la existencia. Uno trata de cumplir con el llamado de las musas pese a las dificultades del mundo exterior. Al inicio, yo asumí la poesía como una catarsis, como una purificación, como una liberación de los problemas, de las inquietudes y de las ideas mediante la emoción estética. Pero, al poco tiempo, la poesía se me presentó ya como un reto literario. Primero traté de hacerme de un lenguaje y, luego, de adueñarme de ciertas formas poéticas y metros: el endecasílabo en un primer momento; más adelante, el dodecasílabo y el alejandrino y, por último, el eneasílabo. Y de la métrica pasé a la poesía de forma cerrada: balada, sextina. Y, más tarde, empezó mi preocupación por los moldes estróficos. De Petrarca tomé la estructura estrófica y, a partir de allí, comencé a escribir…
Pertenece a la Generación del 50, una de las más importantes de nuestra literatura. Más allá del calendario, ¿qué los unía?
Había pequeños grupos. Hacia el final, yo me acerqué a Javier Sologuren, a quien le llevé mis manuscritos. Él editó, por ejemplo, Oh Hada Cibernética. Yo lo aprecié muchísimo como hombre de letras y como amigo. También estuve muy cerca de Alberto Escobar, con quien fuimos compañeros en el colegio Raimondi. Además, fui muy amigo de Leopoldo Chariarse. De mis días en San Marcos recuerdo a Alejandro Romualdo, a Pablo Guevara y a Manuel Scorza. Cuando pasé a la Católica me hice bastante amigo de Luis Alberto Ratto –crítico literario– y de César Pacheco Vélez, historiador importante, muerto prematuramente… y, así, poco a poco, fui nucleándome. Recuerdo la visión global de la poesía que tenía Javier Sologuren, los intereses en la poesía social de Romualdo y su gusto por Blas de Otero. Pero, a la distancia, no siento que haya formado un grupo. Siempre fui un escritor periférico, marginal. Y, claro, cómo no mencionar a Paco Bendezú.
¿Con él iban a los bares?
Una vez, solo una vez. Yo me cuidaba mucho, pues era un tanto hipocondriaco, siempre estaba preocupado por cuidarme la salud… por eso evitaba la bohemia. Además, soy un hombre de clase media; por lo tanto, debo llevar una vida disciplinada porque, de lo contrario, terminamos en un desbarajuste existencial. Asimismo, las preocupaciones de mis padres me llevaron hacia la moderada asunción de la vida. Estaban preocupados porque yo había asumido la poesía de forma total: no quería estudiar, no quería tener una profesión, solo quería leer y escribir, lo que para ellos era un drama, más aún porque mi segundo hermano era inválido desde que nació. Entonces, imagínese qué drama para mis padres: un hijo enfermo y otro que había asumido la poesía. Hoy entiendo a mis padres; por eso escribí unos poemas que me sirvieron como mea culpa.
Su rebeldía consistió en ser un poeta…
Yo no lo llamaría rebeldía sino necesidad espiritual. Y, créame, valió la pena y lo volvería a hacer.
AUTOFICHA
- Me sorprenden los reconocimientos que he tenido en vida. Generalmente, estos son póstumos. Yo deseo que sigan… pero no a mi favor sino de otros poetas (risas).
- No estoy muy atento a la escena poética peruana. El otro día dije que solo leía a un poeta: es español y vivió en el siglo XVI. Era una broma.
- Uso las formas poéticas tradicionales, como trampolín, empuje, estímulo. Los poetas de la gran tradición son mis hermanos mayores, los que me impulsan a escribir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.